Declaración de fe
Las Sagradas Escrituras: Creemos en la inspiración verbal (palabra por palabra) y plenaria (toda) del Antiguo y Nuevo Testamento; que constituyen la fuente y autoridad final para nuestra fe y práctica, dentro y fuera del ministerio. Creemos y confesamos que tales escritos son libres de error en los idiomas originales. Por tal razón, creemos en la promesa de Dios de preservar Su Palabra para todas generaciones. La Biblia es, además, infalible e inspirada por Dios, y es la regla por la cual toda conducta humana, los credos y opiniones de todos los hombres serán juzgados.
La Trinidad: Creemos en El único Dios verdadero existente eternamente y manifestado en tres personas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, siendo cada una de igual naturaleza, en esencia y atributos (Mateo. 28:19, Juan 10:30, Hechos 5:3-4, 2ª. Cor. 13:14, 1ª. Timoteo 3:16).
Dios Padre Dios el Padre, el Creador del cielo y la tierra, es la cabeza funcional de la Trinidad. Envió al Hijo para obtener satisfacción para la justicia divina y para proclamar la reconciliación. Envió el Espíritu para enseñar la verdad. Se lo menciona como el Padre de toda la creación, de ángeles, de Israel, de los creyentes y de Cristo (Juan 14-17; 20:17; Job 1:16; Salmos 103:13).
El Señor Jesucristo Creemos en la deidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Dios perfecto y hombre perfecto; que él es Dios manifestado en carne, concebido por el Espíritu Santo, y nacido de María en su estado virginal; que él vivió una vida sin pecado en la tierra; que murió en la cruz del Calvario como un sacrificio satisfactorio por todos los pecadores. (Mat. 1:21-22; Juan 1:14; Fil. 2:5-8; 1 Tim. 3:16).
El Espíritu Santo Creemos que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad y es igual en divinidad a Dios el Padre y Dios el Hijo; creemos que el trae convicción al mundo de pecado, justicia, y juicio; que él es el agente sobrenatural en la regeneración; que mora en todo creyente y los sella para el día de la redención; que el da poder, enseña y dirige a los creyentes (Juan 14:16-18; Juan 16:7-8; Juan 3:5-7). Creemos que en el momento de salvación (nuevo nacimiento) el creyente es bautizado por el Espíritu Santo y que el creyente no necesita buscar el bautismo del Espíritu como evidencia de su salvación (Rom. 8:9; Juan 14:26; Ef. 5:18).
El Hombre Creemos que el hombre fue creado por un acto directo de Dios y no por medios evolucionarios (Gen. 2:7). El hombre fue creado a la imagen de Dios. Pecó al desobedecer a Dios; por lo tanto, quedó alienado de su Creador. La caída histórica puso a la humanidad bajo la condenación divina. La naturaleza del hombre está corrupta y, por lo tanto, es completamente incapaz de agradar a Dios. Todo hombre necesita la regeneración y la renovación del Espíritu Santo (Gén. 1:26, 27; Ef. 2:1; Rom. 1:18, 3:20, 7:21-25, 5:12).
La Salvación Creemos que la salvación del hombre es enteramente obra de la gracia de Dios, y no es el resultado, en su totalidad o en parte, de obras humanas, de la bondad o de ceremonias religiosas. No creemos que la salvación se halla en ninguna religión, ningún santo, o la virgen María. Dios imputa Su justicia a quienes ponen su fe exclusivamente en Cristo para su salvación y, por lo tanto, los justifica a sus ojos (Rom. 6:23; Ef. 2:8, 9; Juan 3:16; Tito 3:5-8). Creemos que el Señor Jesucristo murió “por nuestro pecados según las escrituras; y que fue sepultado según las escrituras; y que resucito al tercer día según las escrituras” (1 Cor. 15:3-4). Creemos que una persona es salva cuando se arrepiente de sus pecados y ejercita fe confiando en el Señor Jesucristo como su Salvador personal. No damos ningún crédito al hombre para la salvación, debido a su condición de estar muerto espiritualmente(Ef. 2:1). La fe salvante y el arrepentimiento son dones de parte de Dios mismo (Fil. 1:29; 2 Tim. 2:24-26).
La Seguridad Eterna de los Creyentes Creemos que todos los redimidos de Dios son guardados por el poder de Dios y por esta razón están eternamente seguros en Cristo. Creemos que cuando una persona es salva, es salva para siempre (Juan 10:27-29; 2 Tim. 1:12; Fil. 1:6). Es el privilegio de todos los que nacen de nuevo por el Espíritu estar asegurados de su salvación desde el momento mismo en que confían en Cristo como su Salvador. Esta seguridad no está basada en ningún tipo de mérito humano, sino que está producida por el testimonio del Espíritu Santo, que confirma en el creyente el testimonio de Dios en su Palabra escrita. La plenitud, el poder y la guía del Espíritu Santo son apropiados por fe en la vida del creyente (Rom. 5:9, 10, 8:1, 29, 30, 38, 39; Juan 5:24, Heb. 7:25; Jud. 24).
La Santificación Creemos que todo creyente está llamado a vivir tan en el poder del Espíritu que mora en él que no seguirá los deseos de la carne, sino que dará fruto para la gloria de Dios. Las Escrituras establecen los principios y las normas de la vida cristiana (Rom. 12:1, 2; Gál. 5:16-26; 2 Cor. 6:14). Creemos que la santificación es divina y el trabajo progresivo del Espíritu Santo por el
cual Dios, basado en la obra completa de Cristo en la cruz, su ministerio de intercesión, y su Divina Palabra, ha apartado al creyente y obra en esa persona, por medios de una voluntad sumisa, lo que es de buen placer a Él a través de Jesucristo. La santificación no es una segunda obra de gracia que el creyente debe de trabajar para obtener (Ef. 5:13; 2 Pe. 3:18). Creemos que la santificación culminará en la redención completa del cuerpo (Ef. 1:14; Fil. 3:21; 1 Tes. 5:23).
La Iglesia Creemos que la Iglesia local Nuevo Testamentaria es compuesta por creyentes regenerados y bautizados, que voluntariamente se unen para el propósito de adoración, edificación, cumplir la ordenanzas, tener compañerismo y servir; que los oficiales de la Iglesia local son los pastores y diáconos, las calificaciones, y responsabilidades de ellos están claramente definidas en las Escrituras (1 Tim. 3:1-13). La misión de la iglesia es ser un testimonio fiel de Cristo a todos los hombres según tengamos oportunidad en la comunidad local y hasta las regiones lejanas del mundo; que la iglesia tiene el derecho absoluto de gobernarse así misma libre de la interferencia de cualquier individuo u organización religiosa o política; que el único superintendente es Cristo, a través del Espíritu Santo; que es bíblico que las verdaderas iglesias cooperen las unas con las otras en la batalla de por la fe y para el avance del evangelio. Sin embargo, cada Iglesia es juez de la medida y sus métodos de su cooperación; y que todo negocio de membrecía, política de gobierno, disciplina, benevolencia, será dirigida por la Iglesia local, la cual hará la final decisión (Hechos 2:41-47; Rom. 1:7; Col. 1:2; Hechos 20:28-31; 1 Pe. 5:1-5; Tito 1:5-8).
El Bautismo Creemos que el bautismo bíblico es por inmersión, la sepultura del creyente en agua, así mostrando en símbolo su unión con Cristo en Su muerte, sepultura, y resurrección; que todo creyente se debe bautizar por el ejemplo de nuestro Señor, y por el mandamiento dado por nuestro Señor; y que no hay poder de salvación en las aguas al bautizarse, sino es solamente un paso de obediencia de aquellos que ya han sido salvos para mostrar que ellos han sido muertos, sepultados, y levantados con Jesucristo por fe en Él. También creemos que el bautismo de bebes no es bíblico (Rom. 6:3-5; Mat. 3:13-17; Mat. 28:19-20; Hechos 8:36-39; Tito 3:5).
La Santa Cena Creemos que la Santa Cena es una ordenanza dada a la Iglesia local por el Señor Jesucristo para recordar y anunciar Su muerte hasta que Él regrese. Los elementos usados en la Santa Cena son simbólicos y no son fuente de gracia en sí mismos. La Cena del Señor estará abierta a toda persona regenerada y bautizada, viviendo en comunión y en obediencia al Señor Jesús; y que es
miembro de la iglesia. Debido al hecho que la Santa Cena está ligada a la disciplina y pureza del testimonio de la iglesia, no se sirve la Santa Cena a personas que no son miembros de la congregación local (1 Cor. 11:25-32; Lucas 22:14-20).
Satanás Creemos que Satanás es un personaje no humano, sino un un ángel caído, el autor del pecado y el que causó la caída; creemos que él es el dios de este siglo, “el príncipe de la potestad del aire” y el declarado enemigo de Dios y el hombre; su destino es eterno castigo en el lago del fuego (Ez. 28:1-19; Job 1:6-9; 2 Cor. 4:4; Mat. 4:1-11; Stgo 4:7; Apo. 20:10).
El infierno Creemos en un infierno literal, el lago de fuego y azufre, el cual será el lugar de eterno castigo de Satanás, ángeles caídos, demonios, y los incrédulos (Lucas 16:22-26; Apo. 20:12-15; Apo. 21:8).
El Cielo Creemos en un lugar literal llamado “el Cielo” donde se encuentra la presencia de Dios, donde ángeles elegidos moran y el lugar donde los redimidos también morarán, del cual Cristo descendió y al cual el ascendió de nuevo, el lugar donde Él hace intercesión por los santos, y de donde vendrá otra vez para juzgar a los vivos y a los muertos (Juan 14:1-3; Apo. 21-22).
La Segunda Venida de Cristo Creemos que verá un tiempo de gran Tribulación sobre toda la Tierra (Mat. 24:21) de la cual la iglesia será protegida (Apo. 3:10). Creemos que Jesucristo volverá a la tierra-personalmente, visiblemente y corporalmente- para consumar la historia y cumplir el plan de Dios, siendo el Rey de reyes y Señor de señores (Hechos 1:11; Apo. 19:11-16; Zac. 14:4-11; 1 Tes. 1:9, 10). Nadia en la tierra sabe exactamente cuando han de acontecer estos eventos (Mat. 25:13). Sin embargo los salvos debemos de entender los tiempos para que no seamos sorprendidos (1 Tes. 5:4; 2 Pe. 3:10).
El Estado Eterno Creemos en la resurrección de todos los hombres, los salvos para vida eterna, y los incrédulos para juicio y castigo
eterno (Juan 5:27-28; 1 Tes. 4:13-18). Creemos que las almas de los incrédulos después de la muerte estarán en tormento consciente hasta la segunda resurrección cuando, su alma, cuerpo y espíritu serán lanzados al Lago de Fuego, no para ser aniquilados sino para sufrir eterno castigo (Apo. 20:11-15). Creemos que las almas de los redimidos son, después de la muerte, ausentes del cuerpo,
pero presentes con el Señor, donde en gozo consiente, esperan la primera resurrección cuando el espíritu, alma y cuerpo serán unidos para ser glorificados para siempre con el Señor (2 Cor. 5:6-8; 1 Cor. 15; 1 Tes. 4:13-18).
El Día del Señor Creemos que el día del Señor, el cual es el primer día de la semana, el día en el cual los discípulos hallaron a nuestro Señor Jesucristo resucitado de los muertos, es el día apropiado para Cristianos adorar y servir, y que debe ser mantenido separado para propósitos espirituales absteniéndonos de trabajos seculares y hacer actividades que quitan tiempo al día del Señor (Hechos 20:7; I Cor. 16:1-2; Heb.10:25).
La Gran Comisión El Señor Jesucristo ordenó a todos los creyentes proclamar el evangelio en todo el mundo y hacer discípulos de todas las naciones. El cumplimiento de esa Gran Comisión exige que todas las ambiciones mundanas y personales sean subordinadas
a un compromiso total con “Aquel que nos amó y se entregó por nosotros” (Mat. 28:19; Mar. 16:15; Luc. 24:47, 48).